EL LIBRO DE EQUIS

PARTE 3: NIHILO

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CAPÍTULO 22 - AL ALBA (II)

Ya era sábado de nuevo. Hacía una semana desde aquella fiesta en el ático de Alba, pero a Equis se le había pasado como si fuesen un par de días.

Después de aquella noche tan llena de emociones diversas, Equis sufrió una de las peores resacas que había vivido en años. Por suerte para él, aquel domingo no trabajaba. Se pudo permitir el lujo de estar casi todo el día tirado, sin hacer mucho más que pensar en qué conclusiones podía sacar de la noche anterior.

Por una parte, estaba aquel episodio al ver a Eme con su amigo Cantero; fue algo muy extraño. Lo único que Equis podía hacer al respecto era intentar verlo como una liberación; ignorar el dolor que le producía y mirar aquello como una forma de estar un paso más cerca de la libertad de olvidar a Eme. De hecho, aunque él aún no lo sabía, desde aquel domingo empezó a desarraigarse realmente de ella.

Luego estaba Alba, que era una chica que le había atraído mucho y que, además, parecía muy interesada en Equis. Pero, cada vez que pensaba en ella y en qué podría ser de esa historia, le volvía aquella voz callada a su oreja, preparada para hablar en cuanto hiciera falta. No sabía qué conclusiones sacar acerca de aquello.

Sorprendentemente, desde aquel domingo de resaca hasta ese sábado en el que estaba, había tenido una racha de días buenos que no conocía desde hacía mucho tiempo. Lunes y martes, que eran días de poco trabajo en el cine, y el que había lo cubría gente fija, Equis no trabajaba. Los dedicó a hacer labores de la casa y gestiones por las mañanas y luego, por las tardes, escribía un rato o trabajaba en el blog. Después, quedaba con Pablo para fumarse un cigarro en un descanso que hacía en el cine a las diez de la noche. Uno de los dos días que Equis fue a visitar a su amigo, estuvieron hablando sobre Alba. Pablo, sin dudar ni un segundo, insistió en que había que salir el fin de semana siguiente para que se la ligara.

El miércoles y el jueves hizo lo mismo que los días anteriores, salvo que trabajó algunas horas por la noche. Se sentía bien yendo al cine, curraba con sus amigos Pablo y Nacho, y estaba yendo allí a menudo; se sentía como en casa.

Jueves, viernes y sábado fueron días de jornada completa en el cine, pero a Equis no le importó debido a esa sensación que tenía de estar dónde tenía que estar. Trabajó mejor que nunca y además lo disfrutó.

Y así, llegó de nuevo el momento de salir de trabajar el sábado por la noche. Ese día iba de fiesta con Pablo y Nacho e irían a donde estuviera Clara con sus amigas. Por lo visto, Pablo había sido muy pesado con su novia para que intentara que sus amigas hicieran un plan al que ellos pudieran ir. Solo porque Equis le había dicho que Alba le había gustado. Pablo era sin duda un gran colega.

Aquel sábado Pablo, Nacho y Equis cuadraron los horarios con otros dos compañeros para poder salir los tres juntos a la misma hora. Como en el vestuario del cine tenían duchas y taquillas, habían podido salir perfectos para ir directos de fiesta. Cogieron un taxi y estuvieron en el centro en apenas quince minutos. Cuando entraron en el primer pub que decidieron – uno cualquiera de Malasaña – y fueron a pedir algo de beber, eran justo las 01:22 de la noche.

    - No hay tiempo, todos copas – gritó Nacho con su móvil en alto enseñando la hora. – ¿Os habéis fijado que, trabajando en un cine, casi nunca podemos beber algo que no sea alcohol fuerte? – añadió al final riéndose.

   - Pero eso es solo porque decidimos salir con un pesado Fiestas como tú – dijo Pablo dándole un empujón que le echó varios pasos para atrás. 

   - Pues yo os propongo que lo celebremos. – dijo Equis acercándose a la barra, al lado de Pablo. Llevaba una semana buenísima y aquella noche se sentía eufórico – Curramos en un cine y la primera la tomamos casi siempre a partir de la una y media, como mínimo. Son la una y veinticinco, pidamos copa y un chupito cada uno de lo más fuerte que haya y brindemos con él a la una y media exacta esta noche ¿os parece? 

   - Hecho – dijo Pablo nada más preguntar Equis. – Menudo discurso de poeta, hoy follas cabrón. – añadió al final riéndose y zarandeando a Equis. 

Pidieron y brindaron. Fue un inicio de noche memorable. Mientras se bebían la copa, hablaron de qué harían después. Por lo visto, el plan inicial de Clara esa noche era salir con sus amigas – incluyendo a Alba – por Madrid, pero les había surgido ir a una fiesta por la tarde en otro lugar y aún estaban allí. Aquello no acababa tarde, así que se suponía que después volverían al centro para continuar la fiesta allí. Entonces llamarían a Pablo y sus compañeros del cine para reunirse con ellos.

A Equis le parecía perfecto. Primero estaría con sus amigos disfrutando de la hermandad y risas que eso suponía y después, en ese momento de la noche en el que todos quieren encontrar a alguien especial, reunirse con Alba.

Las dos horas siguientes fueron muy divertidas. Decidieron hacer aquello mismo que habían hecho en el primer bar en todos los que pudieran hasta que llegara Clara con sus amigas. En cada uno, se tomaban primero un chupito de lo más fuerte que hubiera y después se pedían una copa. Así lo hicieron con tres bares, tres copas y tres chupitos.

En cada lugar al que fueron ocurrió algo diferente. En el primero se hicieron amigos de un señor bastante mayor que estaba totalmente alcoholizado. Él les contaba sus historias sin sentido y ellos se meaban de la risa. En el segundo, estuvieron hablando con dos chicas muy simpáticas que Pablo había conocido cuando iba de camino al baño. Era curioso como Pablo, al tener novia, era capaz de tratar con las chicas de una manera que Equis y Nacho no podrían. En el tercer bar, se hicieron amigos del camarero, Henry, que siempre que no estaba sirviendo estaba con ellos, al otro lado de la barra. Los tres compañeros, que estaban ya algo mamados de tanta copa y chupito, le empezaron a contar sus historias del curro. Henry el camarero se partía de risa con los tres beodos.

Cuando salieron de aquel último sitio, Equis estaba oficialmente borracho. Clara y sus amigas ya habían vuelto al centro, y estaban en un garito no muy lejos. Pablo les estaba llevando allí.

Cuando llegaron al lugar, solo estaban Clara y Carmen, la menuda amiga que les había abierto la puerta el sábado anterior en el ático. Clara estaba como ellos, bastante borracha, y les saludó a todos de una manera muy cariñosa.

    - ¡Chicos! ¿Qué tal estáis? – dijo mientras se acercaba para darles un abrazo a todos en grupo. – Llevo un pedo que no os lo creéis ninguno. – añadió al final mientras se apoyaba sobre ellos.

Después, se pidieron copas y chupitos de nuevo y comenzaron a intercambiar historias sobre lo que habían hecho cada grupo hasta el momento. No pasó mucho tiempo cuando alguien tocó el hombro de Equis por detrás. Se dio la vuelta y allí estaba Alba. Acababa de llegar junto a otras dos amigas y había ido a saludarle directamente a él, antes que a nadie. Ella estaba muy cerca cuando él se giró.

    - ¡Hola Equis! – dijo tranquila y sonriente mientras le miraba fijamente, con aquella mirada hipnótica.

   - ¡Pero bueno! Si es la chica del pelo de fuego – dijo Equis sin pensar mucho – ¿qué tal estás?  
    - ¡Muy bien! Hemos estado en una fiesta que ha sido una pasada. – le contestó. – además, sabía que luego veníamos aquí y me apetecía mucho – añadió al final, directa, sin apartar los ojos de los de Equis, ni pestañear ni una sola vez.

    - Yo también tenía muchas ganas – dijo Equis intentando aguantarle la mirada de la misma manera. No sabía si lo consiguió. Por suerte le salvó Clara, que interrumpió el momento.

    - ¡Chicas! ¡Ya estáis aquí! – dijo avanzando hacia ellas para abrazarlas.

Después de aquella presentación que prometía muchas cosas, transcurrió una hora en aquel garito en la que no pudo estar con Alba ni un solo segundo. Lo primero que hizo ella fue ir a pedirse una copa con las otras dos chicas con las que había llegado. En ese rato, Equis estuvo hablando con Clara. Ahí ocurrió algo interesante y fue que, la novia ebria de su mejor amigo le confesó algo.

    - Tío, Alba es una chica genial, pero con los chicos está un poco loca. Yo la quiero un montón, pero a veces se le va… – decía balbuceando. – Pero eso sí, tú le gustas porque me lo ha dicho. Y yo sé que a ti te gusta ella, porque te lo veo.

Equis no dio mucha importancia a las palabras de su amiga y no quiso preguntarle sobre el tema. Había estado todo el rato pendiente para acercarse y hablar con ella; aquella noche era para ellos dos. Sin embargo, nada más volver Alba con su copa en la mano, fue Nacho quien se acercó y la habló. – ¡Maldito Fiestas! – pensó Equis.

Decidió tomárselo como un rato más para disfrutar con su amigo Pablo. Cuando estaban borrachos, muchas veces se daban vueltas por las discotecas a vivir aventuras. Era a lo que llamaban “ir de misión”. Hicieron varias expediciones y Equis se lo pasó genial, siempre lo hacía cuando estaba con Pablo. Cada vez que volvía, se fijaba para ver si Alba estaba en una situación más propicia para ir a hablar con ella, pero siempre estaba con Nacho.

Equis decidió irse a coger una copa solo. Era algo que le gustaba hacer, era como “irse de misión” pero en solitario. Había una cierta ilusión de que pudiera pasar cualquier cosa. Además, a lo mejor si Alba le veía, aprovechaba para acompañarle.

Por desgracia, no fue así. Equis fue a la barra, pidió copa y chupito y, mientras le servían la primera, se tomaba lo segundo. Cuando ya tuvo la copa en la mano y justo antes de darse la vuelta, alguien le tocó en el hombro. Soñó que era Alba.

    - ¡Broder, última copa y nos vamos! Nos marchamos a una discoteca que no está muy lejos. Ya he maquinado el plan y convencido a todo el mundo. – le dijo Nacho el Fiestas según se dio la vuelta.

Todos se acabaron sus copas y salieron del garito. Según salía se encontró con Alba, que estaba en la puerta del sitio y parecía que estuviera esperándole. Le miraba fijamente, con esa mirada que lo podía todo.

    - ¿Qué pasa, que al final no coincidimos nunca? – le dijo para romper el hielo. – ¿te apetece que vayamos caminando juntos hasta donde quiera que sea que vayamos?

    - Claro – contestó ella con una sonrisa que, muy, muy en el fondo mostraba algo de vergüenza por la situación. – ¿Para qué te crees que te espero aquí?

Comenzaron a caminar juntos, algo alejados del resto del grupo. Fue en ese rato cuando, por fin, pudo empezar a conocer a Alba de verdad.

Lo primero que supo de ella, es que no paraba de hablar de sí misma. Primero, le contó que estaba estudiando Ciencias Políticas en la Universidad Complutense. Por lo visto, había repetido dos veces en el instituto y, al acabar, se tomó dos años sabáticos para viajar por el mundo. Era por eso por lo que era mayor que el resto de su grupo de amigos del instituto y también por lo que, con 29 años, estaba aún en cuarto de carrera.

Después y enlazándolo con sus estudios, Alba empezó a hablarle de política. Ella era “muy de izquierdas” según decía. Equis detestaba hablar de política, pero aguantó estoicamente y se las apaño para no dar ningún tipo de opinión política sobre nada.

Poco a poco, empezó a ver en Alba un prototipo de chica que no le gustaba nada. Sin embargo, le parecía tan guapa que merecía la pena escuchar cualquier cosa con tal de poder mirarla mientras tanto.

Después de quince minutos caminando, se dieron cuenta de que se habían extraviado del grupo. Alba insistió en que “ella conocía el camino”. Eso le había dicho a Equis mirándole fijamente y con una sonrisa que decía bien claro: “quiero seguir estando contigo a solas”.

Siguieron caminando sin rumbo aparente y, en un momento dado, surgió el tema del poema que Equis le había escrito en la fiesta la semana anterior.

    - ¡Oye, quizás es un buen momento para que me recites eso que creaste para mí! ¿no crees? – le dijo ella en un momento de la conversación.

    - Eso solo te lo recitaré al alba. – dijo con una sonrisa, insinuando que sólo si acababan la noche juntos en la intimidad se lo recitaría.

Después, Equis decidió cambiar el rumbo de la conversación y hablar sobre la fiesta en el ático del sábado anterior. Ambos se empezaron a contar historias graciosas que les habían sucedido. Ella, a veces, hacía paradas cuando se reía. Era un momento perfecto para besarla. En una de esas ocasiones se acercó a ella para hacerlo, lentamente. Alba lo percibió, le miraba a los ojos y, con ellos, le decía que sí, que lo hiciera. Estaba a punto de besarla, cuando a ella le sonó el teléfono. Se echó a reír y se apartó.

Era Carmen, su amiga, para preguntarle si “al final iban a ir a la discoteca”. Alba le respondió que sí, que estaban al lado. En ese momento Alba le propuso que intercambiaran sus números de teléfono, ya que lo tenía en la mano y así aprovechaba y le apuntaba. Eso supuso una especie de “cambio de tema” y, después, siguieron caminando como si aquel momento no hubiera ocurrido.

Llegaron a la discoteca a la que, finalmente, Alba sí que sabía llegar. Dentro les esperaban el resto del grupo. Nada más entrar, Equis se pidió una copa y fue directo al servicio. Mientras se iba, ya con la copa en la mano, vio que no habían hecho falta ni dos minutos para que Nacho ya estuviera acercándose a Alba de nuevo. No le dio importancia y se fue al lavabo; aquella chica era suya.

La hora siguiente fue una absoluta locura. Ya estaba totalmente pedo y nunca tuvo recuerdos completos de aquello, pero conoció a dos tipos muy divertidos mientras esperaba en el servicio, con los que al final se perdió en la discoteca bailando y haciendo bromas hasta que la música paró y cada bombilla del garito se iluminó.

En ese momento recordó que tenía otros amigos con los que había ido. Les buscó, pero ya no estaban dónde al principio. Decidió salir a buscarles fuera.

Según salió, lo primero que vio fue a Alba, que llevaba un ciego tan grande como el suyo y estaba esperando, mirándole. El resto de amigos del cine también estaban, algo más atrás, sentados en un banco en la acera.

     - Bueno, el desaparecido. – le dijo Alba nada más verle.

     - ¡Bueno Indiana Jones! ¿Dónde te habías metido? – dijo Pablo que, al verle, se había acercado para saludarlo. – Aquí todos nos vamos ya para casa.

El grupo se reunió y todos se despidieron, menos Alba y Equis. Cada uno se dirigió hacia su hogar, pero ellos dos se quedaron allí. Durante dos o tres segundos, ninguno dijo nada.

Los dos estaban borrachísimos. Equis tenía muchísimos pensamientos en la recámara de su cerebro, pero en ese momento solo había uno claro: quería pasar la noche con aquella chica. No había nada que perder, así que fue a por todas y se decidió a proponerle ir a su casa a tomar “la última”. Justo antes de que abriera la boca para hacerlo, ella se le adelantó.

    - Bueno, ¿tú hacia dónde vas? – le preguntó.

Ella le miraba a los ojos, como hacía siempre, pero ahora Equis no tenía tan claro lo que indicaba su mirada: ¿significaba que se despedían? ¿ella estaba esperando a que él la invitara a su casa? Estaba muy borracho y respondió sin pensar.

    - Yo voy hacía donde tú vayas… – contestó – si quieres te acompaño. – añadió al final con una risilla de borracho.

    - Vale, yo vivo aquí cerca, pero si me acompañas, yo encantada.

Cuando comenzaron a andar estaba empezando a amanecer. Alba le contó a Equis un par de historias que habían ocurrido cuando él no estaba con el grupo. No prestó mucha atención, estaba concentrado en cómo iba a besar a aquella chica y conseguir pasar un rato más juntos. De repente, ella cambió de tema y le dio la solución que Equis, siendo Equis, debía haber visto desde que salió de la discoteca.

     - ¡Hombre! Por cierto, está amaneciendo. – dijo Alba según lo pensaba. – Ahora sí que me puedes recitar el poema ¿no?

     - ¡Claro! – Respondió – Pero es muy cortito ¿eh? – añadió al final para quitarle hierro al asunto y advertir de que no era algo muy extenso.

El poema, ahí estaba la clave. Equis se paró un momento a pensar para recordarlo, pero ella le interrumpió.

    - Pues fenomenal porque, además, es justo el momento porque yo vivo allí – señalando un portal al final de la calle.

Equis no sabía qué significaba eso: si era que se iría con ella o si era que se volvería a casa solo… Se concentró en el poema, lo recordó y visualizó en su mente. Lo recitó internamente, para saber dónde acentuar bien cada verso. Entonces, lo convirtió en palabras delante de Alba: “Mirada Karma, no hay quién la cese. Ojalá que me bese; ojalá que el alma; ojalá que al alba”.

Según lo recitaba, Equis tuvo una sensación extraña. Al escucharlo en voz alta le daba la sensación de estar incompleto. Había algo que no cuadraba, igual que desde el principio con Alba. Volvió a sentir la voz callada detrás de su oreja izquierda. La ignoró, lo ignoró todo. Solo había una cosa que quería hacer y nada le iba a parar.

A Alba parecía que le había gustado mucho. Sonrió y se sonrojó justo antes de decir: “¡Hala! Para nada me esperaba algo tan bonito. No tengo palabras”. Equis quiso pensar que su reacción era sincera e hizo lo que tenía que hacer. Se acercó y la besó.

Primero fue un beso suave en los labios, ella no se apartó. Besó una segunda vez buscando feedback, y lo tuvo. Ella también le besaba. Después, empezó a dar besos un poco más intensos, buscando meter la lengua dentro de su boca. Al tercero, lo consiguió y ella le respondió. Equis la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Sus caderas se pegaron, una frente a la otra. La respiración y el corazón de ambos empezaron a acelerarse mientras se besaban, cada vez más intensamente. Hasta que ella paró y se apartó suavemente. Hubo unos segundos de silencio. Equis la miraba fijamente. Quería decirle con sus ojos que quería que durmieran juntos. Ella le aguantó la mirada, pero solo unos segundos, luego la apartó y rio.

    - Bueno, yo me voy a subir ya. Y tú ¿vives lejos no? Vas a llegar a las mil a tu casa. – le dijo ella.

    - Un ratito de viaje sí me queda, sí. Aunque estoy acostumbrado – contestó riéndose. – oye, pero, esta calle no es la del ático de la semana pasada, ¿esa no era tu casa?

    - Ja, ja, ja en realidad es la casa de mis abuelos – contestó. – yo vivo aquí con una compañera de la facultad.

Equis quería haberle propuesto ir a su apartamento, pero ahora que ya estaban justo al lado del de ella no tenía sentido. Lo suyo era que ella le invitara, pero no lo hacía. Se dio por vencido y se despidió, diciéndole que lo había pasado genial y deseándole las buenas noches. Ella se despidió de la misma forma.

Cuando se marchó y por fin se quedó a solas con sus pensamientos, Equis volvió a sentir aquella voz callada de detrás de su oreja izquierda. Esa que respiraba, pero que no decía nada. Una voz inacabada. Igual que la sensación que le habían producido los versos sobre Alba cuando los había recitado en alto. Estaban incompletos, no habían terminado su cometido; como la voz.

En ese momento, mientras caminaba y se alejaba, la voz habló por primera vez. Le pilló pensando en el poema y las palabras vinieron a su mente, sin ningún tipo de esfuerzo, sin proponérselo; y Equis escuchó la voz; y completó el poema.

22 - Al alba (II)

Mirada karma
No hay quien la cese
Ojalá que me bese
Ojalá que el alma
Ojalá que al alba
Ojalá que existiese
Ojalá que no fuese
Solo mi afán de encontrarla… 

Diseño Capítulo 22 - Al alba (II)

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